|
EL SER Y LA NADA, (Altaya, Barcelona/1993).
La muerte no es en modo alguno una estructura
ontológica de mi ser, por lo menos en tanto que éste es para-sí; sólo el
otro es mortal en su ser. No hay ningún lugar para la muerte en el
ser-para-sí; no puede ni esperarla, ni realizarla, ni proyectarse hacia
ella; la muerte no es en modo alguno el fundamento de su finitud y, de
modo general, no puede ni ser fundada desde adentro como proyecto de la
libertad original ni ser recibida desde afuera como una cualidad por el
para-sí.
Entonces, ¿qué es? Nada más que cierto aspecto de la facticidad y
del ser para otro, es decir, nada más que algo dado. Es absurdo que
hayamos nacido, es absurdo que muramos; por otra parte, esta absurdidad
se presenta como la alienación permanente de mi ser-posibilidad que no
es ya mi posibilidad, sino la del otro. Es, pues, un límite externo y de
hecho de mi subjetividad….Este límite de hecho que debemos afirmar en
cierto sentido, puesto que nada nos penetra desde afuera -y, en cierto
sentido, es menester que experimentemos la muerte si hemos de poder
siquiera nombrarla-, pero que, por otra parte, jamás es encontrado por
el para-sí, puesto que no es nada propio de éste, sino sólo la
permanencia indefinida de su ser-para-el-otro, ¿qué es sino,
precisamente uno de los irrealizables? ¿Qué es, sino un aspecto
sintético de nuestros reversos? Mortal representa el ser presente que
soy para-otro; muerto representa el sentido futuro de mi para-sí actual
para el otro. Se trata, pues, de un límite permanente de mis proyectos, y
como tal, es un límite que hay que asumir. Es, pues, una exterioridad
que sigue siendo exterioridad hasta en y por la tentativa del para-sí de
realizarla: es lo que hemos definido como el irrealizable que debe ser
realizado. No hay diferencia de fondo entre la elección por la cual la
libertad asume su muerte como límite imposible de captar e inconcebible
de su subjetividad, y la elección por la cual elige ser libertad
limitada por el hecho de la libertad del otro. Así, la muerte no es mi
posibilidad, en el sentido antes definido; es situación-límite, como
reverso elegido y huidizo de mi elección. Tampoco es mi posible, en el
sentido de que sería mi fin propio, el cual me anunciaría mi ser, sino
que, por el hecho de ser ineluctable necesidad de existir en otra parte
como un afuera y un en-sí, es interiorizada como "última", es decir,
como sentido temático y fuerza de alcance de los posibles jerarquizados.
Así, ella me infesta en el meollo mismo de cada uno de mis proyectos,
como el reverso ineluctable de éstos. Pero, precisamente como ese
"reverso" no es algo que haya de asumir como mi posibilidad, sino como
la posibilidad de que no haya para mí más posibilidades, la muerte no me
merma. La libertad que es mi libertad sigue siendo total e infinita; no
es que la muerte no la limite, sino que, como la libertad no encuentra
jamás ese límite, la muerte no es en modo alguno obstáculo para mis
proyectos: es sólo un destino de estos proyectos en otra parte. No soy
"libre para la muerte", sino que soy un mortal libre. Al escapar la
muerte a mis proyectos por ser irrealizable, escapo yo mismo de la
muerte en mi propio proyecto. Como es lo que está siempre más allá de mi
subjetividad, en mi subjetividad no hay lugar alguno para ella. Y esta
subjetividad no se afirma contra la muerte, sino independientemente de
ella, aunque esta afirmación sea inmediatamente alienada. No podríamos,
pues, ni pensar la muerte, ni esperarla, ni armarnos contra ella; pero
por eso nuestros proyectos son, en tanto que proyectos -no a causa de
nuestra ceguera, como dice el cristiano, sino por principio-,
independientes de ella. Y, aunque haya innumerables actitudes posibles
frente a ese irrealizable "que hay que realizar por añadidura", no cabe
clasificarlas en auténticas e inauténticas, puesto que, justamente,
siempre morimos por añadidura.
|
|